Aprender…

«Aprender la lección del dolor para revelar el alma»
Es fàcil, cuando la vida te sonrie, predicar que somos seres de luz nacidos para ser felices.
Es facil, en los buenos tiempos, creerse omnipotentes y autosuficientes.
Es fàcil todo cuando «salud, dinero y amor» colman nuestra vida.
Pero en la vida nada es para siempre, los humanos nos aferramos a bienes materiales y a personas. En la Facultad no se enseña el desapego.
Vivimos en el mundo de «maya» (ilusión) todo lo que podemos apreciar con los sentidos, tarde o temprano, desaparecerà.
Y que pasa cuando salud, dinero y amor nos son esquivos, desaparecen casi simultaneamente o en cierto orden, por ejemplo:
El desamor puede ocasionar graves problemas de salud y ello impide trabajar y ganar dinero.
Nocicepción, dolor, adaptación y sufrimiento
Parecería evidente que cuantas más experiencias físicas de dolor (nocicepción) hayamos tenido, más nos podríamos acercar a un significado “real” del mismo, pero en realidad no parece existir una correlación tal, pues como nuestra práctica cotidiana permite observar, puede haber pacientes con un tratamiento médico adecuado que han desarrollado dolor crónico, y a través del tiempo han podido aprender, quizá, a adaptarse a él, como también puede haber otros cuya adaptación al dolor ha sido o es imposible por la influencia de factores biológicos y psicosociales diversos.
En esos momentos en que la vida nos pone a prueba hay que ir por partes. No basta con sanar el cuerpo, hay que sanar emociones, sanar los planos mas sutiles del ser es la verdadera curación.
En una foto Kirlian por ejemplo, de una planta se puede ver el “futuro” de la misma, los brotes que aun no se materializanron (pero están en su “aura”).
Igual pasa con nuestro cuerpo “etérico” (aura). En él está “escrito” el futuro.
Sanar y fortalecer nuestro “escudo de energía protectora” es algo poco hablado en la medicina occidental pero bien conocido por el ayurveda.
Hay dos buenos ejemplos literarios que ilustran esta dimensión simbólica del cuerpo, esta capacidad para hacer experiencia —aunque se trate de una experiencia trágica— de la relación del sujeto con su propio cuerpo y el mundo que le rodea. El primero de ellos lo tomamos de la novela Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. Al principio de la novela, podemos leer las siguientes reflexiones del emperador Adriano, de avanzada edad y tocado mortalmente por la enfermedad:
Es difícil seguir siendo emperador ante un médico, y también es difícil guardar la calidad de hombre. El ojo de Hermógenes sólo veía en mí un saco de humores, una triste amalgama de linfa y de sangre. Esta mañana pensé por primera vez que mí cuerpo, ese compañero fiel, ese amigo más seguro y mejor conocido que mi alma, no es más que un monstruo solapado que acabará por devorar a su amo. Haya paz… Amo mi cuerpo; me ha servido bien; y de todos modos no le escatimo los cuidados necesarios (Yourcenar, 1994: p. 9).
El segundo ejemplo literario los extraemos de una novela reciente, El último cuerpo de Úrsula, de Patricia de Souza. Esta novela cuenta la historia de una mujer joven que padece una parálisis que le hace vivir el dolor de su cuerpo como una humillación y un desprecio, una herida profunda a su propio cuerpo que la obliga a tener que aprender de nuevo de él, bajo una nueva condición que antes de la parálisis le era desconocida, y a humillar a todos los otros cuerpos —los de sus amantes— que no sienten, como ella, placer. Escrita en primera persona, casi en forma de un diario personal, la protagonista del relato medita al comienzo de la novela en estos términos:
Hasta el día en que sufrí mi primera parálisis, mi vida era un conglomerado de hechos más o menos con sentido y armonía. Entendía la contradicción, y hasta el dolor, comoparte de esa confrontación entre el mundo y lo que soy en el tiempo y en cada una de esas particulas que lo componen; pero cuando ocurrió el accidente, comprendí algo que estaba más allá de todas las ideas que podía haber aprendido o hasta inventado; comprendí que existía únicamente como carne, materia, moléculas condenadas a transformarse en partículas que ignorarían la sutileza de mis sentimientos; comprendí que dentro de mí estaba la muerte, y así conocí el odio que nace de esa frustración. Cuando ocurrió el accidente, entendí lo esencial: que el final comienza por al ausencia de placer (De Souza, 2000: p. 9).
La idea es que en ambos casos el cuerpo —como cuerpo deteriorado por el tiempo en un caso y como cuerpo accidentado en el otro— es una fuente de reflexión sobre la identidad del sujeto, una ocasión para rascar en la propia biografia: en ambos casos, tras esa primera reflexión, existe un repaso de la propia vida, un repaso biográfico basado en la memoria personal.
Si el aprendizaje se limita a ser un adiestramiento exclusivamente técnico, el ser humano se convierte en una mónada «preocupada exclusivamente por el éxito en el momento presente»
El dolor es un maestro y si aprendemos su lección, ampliamos nuestro nivel de conociencia para sanarnos y frecuentemente, sanar a los demás.